G É L I D O.

Puedes atarme las manos,
coserme  la boca
y hacer de mis piernas un sacrificio. 
Nunca podrás parar el invierno
g é l i d o 
que crece dentro de un corazón 
amargo y lleno de ardor. 


Mírame. 

Ando con cristales en los zapatos
y cuchillas en los talones. 

Llevo las dagas de mis enemigos
atadas en la espalda, listas para atacar
si acaso es preciso.

Tengo las palabras del p a s a d o,
los hechos del p r e s e n t e,
y toda la brisa del f u t u r o 
a mi entero favor;
y ni eso me es suficiente
para logar calmar esta ventisca
que se avecina dentro de mi pecho.

Colgué sus besos como mi bandera blanca,
la república por sus caricias,
y la guerra entre cada roce de nuestro cuerpo.

No era amor si no 
un derroche del destino.

Y entonces el suelo se tiñó de blanco,
lágrimas surcando un rostro lleno de espejos rotos,
la crisálida de una juventud que aún no ha llegado a la edad madura.
Los lagos se hielan,
y las copas de los árboles se llenan de escarcha,
la niña marchita llora,
y el invierno llega.

Nunca podrás parar el invierno,

porque él nos arrasa a todos,
y nos cobija a muchos.


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